Elementos a tener en cuenta para realizar una Terapéutica del Duelo
Realizar un duelo es un proceso complejo en el cual están involucradas todas las estancias de nuestro sistema cerebral central:
- La biológica y arcaica por la pérdida en sí y la relación con la muerte.
- La emocional por los vínculos creados con la persona o el objeto de la pérdida.
- La cognitiva por la comprensión, asimilación y aceptación de la nueva realidad.
- La proyectiva y social por la necesaria reinversión en la vida.
- La espiritual para mantener coherente y equilibrado el conjunto.
Resumiendo, este proceso consiste en hacer que la energía psíquica de sufrimiento producida por la pérdida, sea tratada por todas y cada una de las partes de nuestro cerebro para ser expulsada, ya que si se metaboliza, puede transformarse en una patología.
Para expresar la importancia de hacer correcta y profundamente un duelo, suelo utilizar la mitología de la Hydra, para encomendar a las personas que tengan el comportamiento de Hércules ya que si no cortan todas las cabezas a la vez, estas vuelven a crecer.
Muchas veces en mi consulta me encontré con personas para quienes sus dolencias provenían de un duelo bloqueado y, cuando les daba mi diagnóstico psicosomático, me decían que ya habían hecho una terapia de duelo.
Lo que pasaba era que los pacientes que estaban en mi consulta seguían con sus mismos síntomas. Entonces, para mí, podía ser o un error de diagnóstico o un proceso de duelo inadecuado o incompleto para la persona y su sistema cerebral central.
Para entender lo que habían hecho, les preguntaba sobre el proceso que habían realizado. Unos me decían que en su casa habían escrito una carta de duelo, acompañada por un acto simbólico quemándola y tirando las cenizas a un río o enterrándolas al pie de un árbol. Otros me comentaban que habían puesto una vela con una foto de la persona desaparecida y que durante todo un día estuvieron despidiéndose de ella.
Todos estos procesos me parecían muy bien. Pero entonces, ¿por qué seguían sus síntomas?
Empecé a revisar todo lo que sabía sobre duelos y a contrastarlo con el funcionamiento cerebral, me di cuenta que habían preguntas que no se tenían en cuenta para encontrar la lógica del duelo bloqueado y empecé a enumerar algunas:
- ¿En qué etapa está bloqueado el duelo?
- ¿Qué partes de su sistema cerebral central están en conflicto?
- ¿Qué edad tenía la persona cuando ocurrió?
- ¿Qué edad tenía al inicio de la relación?
- ¿Qué parte del ser realmente sufre?
- ¿Si una persona tiene bloqueado un duelo, realmente puede desbloquearlo sola?
- ¿Qué acto de vida se decide hacer para evitar que vuelvan a crecer “las cabezas de la hydra”.
Etapa en que está bloqueado el duelo:
Según la doctora Kübler- Ross, el proceso de duelo se realiza en 5 etapas (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) y la persona puede bloquearse en cualquiera de ellas.
Identificar la que bloquea el proceso es de vital importancia para su resolución.
Por ejemplo, la redacción de una simple carta de duelo pierde mucha efectividad para una persona que está aún en la negación. Intelectualmente el adulto lo va a hacer pero si el niño o el joven aún no ha admitido la pérdida, el efecto emocional será mínimo.
Las partes de su sistema cerebral central que están en conflicto
Cada parte de nuestro sistema cerebral tiene una función bien determinada en el tratamiento de las informaciones. Y, a veces, estas partes entran en conflicto de interés, lo que no permite un tratamiento completo y armonioso de la información y es lo que bloquea el proceso.
Todo lo que tiene que ver con la supervivencia biológica es tratado por el tronco cerebral y al límbico lo correspondiente a las memorias afectivas. El neocórtex: la comprensión y la resolución. Y los lóbulos frontales: el distanciamiento y la socialización.
El caso del duelo de los progenitores es uno de los más ejemplares:
Por una parte nuestro tronco cerebral se estresa por la sensación de abandono y de orfandad (situación crítica de supervivencia) pero no podemos fácilmente expresar nuestra rabia por mantener la prohibición de rebelarse contra ellos (nuestra vida depende de ellos).
Y, por otra, tenemos en nosotros memorias de insatisfacción, frustración e impotencia por no haber recibido todo el amor, el reconocimiento y la protección que hubiéramos querido de nuestros padres y que ahora convertimos en remordimientos al darnos cuenta de que nunca lo podremos tener.
Entonces, la ira fundamental que tendría que expresarse fácilmente se disfraza de tristeza por ser más socialmente aceptable.
La edad que tenía la persona cuando ocurrió:
Esto nos permite entender su estado de madurez cerebral y entonces saber cómo registró la pérdida tanto a nivel vital, emocional, racional y espiritual.
Un niño de 8 años no tiene la misma visión, percepción y comprensión de las cosas que un adolescente de 15 o un adulto de 30.
Tener en cuenta esta realidad cerebral evita muchas vez que surjan remordimientos, sentimientos de culpa o de desvalorización totalmente inútiles.
La edad que tenía al inicio de la relación:
Tener en cuenta esta edad permite entender todas las esperanzas y todas las expectativas que tuvo la persona y que se encontraron truncadas y frustradas por la pérdida. Personalmente lo llamo los “sueños rotos” y deben estar incluidos dentro de los componentes de la pérdida.
Quién realmente sufre:
El adulto de hoy sufre la pérdida y tiene los recursos suficientes para realizar su duelo ya que puede analizar racionalmente la situación y distanciarse de ella aceptando la realidad de la pérdida.
Generalmente, el que sufre más es el “ser interior” a la edad correspondiente al inicio de la relación ya que su dolor tiene mucho que ver con unas esperanzas y expectativas que nunca se van a realizar. Y eso difícilmente lo puede aceptar.
Esta gestión de los “sueños rotos”, en muchos casos es el quid de la cuestión. Y no se pueden hacer desde la mentalidad del adulto de hoy, sino que se tiene que realizar desde las capacidades y las circunstancias de la persona cuando se inició la relación.
En el caso de la muerte de los progenitores y especialmente en el caso del último que fallece, es el niño interior de 6 años quien sufre al darse cuenta de que nunca más va a recibir el amor, cariño, afecto, seguridad, reconocimiento, aceptación, apoyo, etc. que esperaba recibir de sus padres. Y eso provoca un dolor profundo.
Una persona no puede desbloquear un duelo sola:
Nuestro sistema psíquico de protección entra tanto en juego en este proceso para mantenernos alejados del sufrimiento que, sin un acompañante al lado, la tarea es prácticamente imposible.
El acompañamiento tiene que ser riguroso y flexible a la vez y sobre todo permitir la expresión tanto de lo consciente como de lo inconsciente. Y el inconsciente necesita de una tercera persona para ser revelado y entendido.
Actos de vida:
Es importante reinvertir en la vida para evitar el estancamiento o sencillamente dejarse sumergir por recuerdos dolorosos o remordimientos. Personalmente recomiendo realizar un acto placentero que tenga sentido en el contexto de la pérdida, para así asociar este recuerdo a algo agradable. De esta manera estamos menos sujetos a “síndromes de aniversario”, lo que evita que las cabezas de la Hydra vuelvan a crecer.
Para ello suelo encadenar preguntas sobre el mismo tema:
¿qué crees que tus padres quieren para ti? ¿qué crees que tu seres queridos quieren para ti? ¿si tienes un hijo que es lo que quieres para él?
Las respuestas suelen ser las mismas:
“Lo mejor y que sea feliz”
Pues entonces, ¿por qué lo pasas mal y estás triste? La mejor manera de honrar a la persona o el objeto del duelo es hacerles caso: vivir bien y ser feliz. Y eso es respetar sus deseos más íntimos.
Mi recomendación:
Antes de iniciar una terapéutica de duelo, verifica bien que estos elementos se toman en cuenta.
De lo contrario, te expones en hacer un proceso incompleto. Y entonces las cabezas de la Hydra volverán a crecer.